VLADIMIR

Trece kilómetros con vistas al Mediterraneo nos condujo hasta su inmensa casa acristalada en vertical, la furia del mar salpicaba el soleado jardín. Palmeras rodeaban una olímpica piscina que terminaba en una paradisiaca cascada. A lo lejos se divisaban pequeños pueblos sobre la costa. En algún acantilado, seguramente, ¿me estarían buscado?. Entre naranjos dimos con la puerta principal, me dejé llevar, caímos atrapados por una estancia de mármol. Soltó las llaves sobre una mesa y de igual forma dejó las gafas de sol. Me miró con unos ojos azules de neón.

- ¿Quieres beber algo?
- Sí, gracias. Un zumo.
- De naranja. Cultivo propios naranjos. Sólo que todo el zumo helado preparo mezcla de vodka.

Las erres y su forma exótica de colocar las palabras, chocaban en mi cabeza. Un señor vestido complétamente de negro y brillante piel en cabeza dejó sobre la mesa del salón una bandeja con dos copas y una jarra de líquidos en guerra fría. Intercambiaron alguna palabra en ruso y quedamos de nuevo a solas.

- Salgamos fuera..quiero enseñarte algo, todo está preparado.
- ¿Preparado?

El asombro de lo que a continuación vi, no me deja contaros con todo detalle aquella escena. Dos mujeres con pequeños biquinis rojos, enfrentadas una a la otra, sentadas en una hamaca cada una, rodeaban al señor que antes vestía de negro, él permanecía de pie. Ahora llevaba negra licra en bañador. Le untaban aceites y sonreían serpenteando sus cuerpos elásticos. Vladimir se acercó sin molestarles y yo quedé paralizada cuando cogió la cámara de cine y comenzó a grabar. Con voz rotunda dijo: ...Acción....

El bañador negro fue lanzado a la piscina.