sábado, 7 de julio de 2007

EL RUSO QUE ME BAJÓ LA LUNA

...y la lanzó sobre mi cara para ver si reaccionaba. Escupí arena y me levanté estirando la seda frente a sus sonrisas malvadas. La cabeza me explotaba. Encesté la maldita pelota en la tercera ola, con el infortunio de dar a una señora que nadaba a braza. El mas pequeño comenzó a llorar y en un segundo fui rodeada por desconocidas pieles quemadas por el sol que rechazaban mi sospechosa presencia. Dedos índice se clavaron en mi desconcierto. Antes de que aquello pudiera llenarse de gendarmería francesa, comencé a andar por la orilla y haciendo con mi vestido una cola de algas, me alejé. No había ni rastro de Fran y Lucy, no entendía como pudieron abandonarme, algo grave debió pasar para perderme de esta forma en el olvido. Subí a la torre de salvamento marítimo con su bandera roja, y grité, grité sus nombres. No estaban. Me arrastraba por la arena, ya no solo había algas, una alfombra de pulpos, cangrejos y conchas me acompañaba. Rajé el vestido de forma salvaje para ir más ligera y me dirigí al parking alojado en el fin del mundo. El coche no estaba. Caí exhausta apoyando mi espalda sobre la puerta de un descapotable azul, abracé mi cabeza y rodillas. Lloré, no sé cuanto tiempo estuve así. Regueros de lágrimas de rimmel negro. Y llegó, llegó él haciendo sombra sobre mi pena. Alcé mi tristeza y me sonrió. Un crupier que terminaba el turno. No entendía lo que me decía, me ofreció su mano para levantarme y dijo en un gracioso español con acento ruso: ..- vamos... ven, sube.
La estrecha carretera que bordea la Costa Azul da vértigo.
Él también.

1 comentario:

JuanMa dijo...

Nunca está de más sentir el vértigo en la vida (o eso creo).

Bueno, igual lo digo porque ahora mismo ando algo escaso...

Besos.