AZUL DE PELÍCULA

Si en Urgencias de aquel Hospital entrara una persona más, algunos del ala oeste del edificio, seguramente caerían desde ventanas rayando aquella mole de ladrillo. Reinaba el caos en el blanco más opaco, desde las camillas en los pasillos algún paciente bramaba en francés y a mí se me hacía lírica barroca. Dije a Fran que no podíamos esperar allí, que quería morir a orillas del mar, en un trozo de paraíso donde la luz es la más intensa y el sol brillaba con más fuerza que en ningún otro sitio. La Costa Azul. Entre filas legionarias anduvo por los pasillos y acabó en una sala. Tardaba, nuestro reloj de arena marcó el paso de un siglo y le vimos llegar con paso firme, una bata blanca y apretando un maletín. Regresamos al coche donde improvisó una sala de operaciones.

Me habló del lugar del glamour, pueblos encaramados, de sus mercados, su luz, telas indianas. Cosía con sus manos de terciopelo, con un corte de hilo dio por finalizado un trabajo perfecto. Me contó como el reposo sosegado del Mediterráneo se tiñe de lujo, locura y cierta vanidad divertida se dispersa por un paisaje de palmeras, acantilados escarpados, mansiones imponentes, fundaciones de arte, templos culinarios, grandes hoteles, ciudades mundanas frecuentadas por celebridades que se mueven en flamantes descapotables y envidiables embarcaciones que surcan las azulísimas aguas del mar. Suspiramos, por muchos motivos, por el más ansiado. Llegamos a Cannes.