ANGEL DE LA GUARDA

Cruzamos el Océano con nuestra imaginación, sacudimos el polvo y hambre de la Sabana Africana y tropas de Ñús en el río Hudson nos acompañaron. Dije sí, sin Arzobispado por medio. Dije sí, aún recorriéndome la terrible caducidad por el cuerpo. Dije sí, porque intuía estar igual de loca que él. Todo ésto sucedía en la parte trasera del coche, dormíamos como niños, la buena de Lucy, nuestro ángel de la guarda, conducía la noche y una hilera de latas atadas al vehículo nos perseguía.

Deseaba que todo lo sucedido hasta ahora hubiera sido un sueño y mañana o dentro de un rato al despertar, lo que cayera de aquel balcón del tercer piso no fuera ropa, ni maleta, sino un sin fin de violetas recién cortadas por él me diera la bienvenida en alfombra floral de un primavera que nunca fue, a mí, con una revista de decoración bajo el brazo, a aquella señora de bolsas en cada mano e impregnara los sombreros de aquellos malditos policías con sonrisas. E inmediatamente plantado en el portal con gaita y falda imprescindible con imperdible, me propusiera la melodía de unas vacaciones en Escocia. Caer.

Abrí los ojos y llegábamos a la simbólica frontera francoespañola, cruzados por los Pirineos en un futuro de portaretratos carcelarios y semáforos rojos, saque su ticket en varios idiomas indescifrables, paramos. Multitud de camiones a los lados, los tres nos miramos, un carril único a esas horas por el que pasar. No era normal, una eterna fila de vehículos iban siendo inspeccionados. Perdí la cuenta de los errores que nuestro ángel cometió, pisó a fondo y fue directa hacia un carril en el que hacía cambio de guardia un funcionario, se apartó prisionero del cristal. No, Lucy, no lo hagas .- grité, pero ya era demasiado tarde. Se inició la persecución. Carrera. Cabalgábamos a doscientos y cerré los ojos cuando ella dijo que quién quería vivir para siempre...