lunes, 13 de agosto de 2007

NEVABA


- ¿Pero a este hombre qué le pasa, qué habéis hecho?

Seis brazos permanecían levantados ante el mostrador. El primer rayo de sol comenzó a iluminar la cara del señor hindú de mirada de búho que nos amenazaba y el lugar se cubrió de dorado. Sudaba, permanecía inmóvil y achinaba sus ojos. Fran me cuchicheaba lo sucedido, intentaban pagar bebidas y galletas que reposaban junto a la caja registradora, cuando en la pequeña televisión de antenas, dieron datos nuestros. Perseguidos desde hace dos meses nos catalogaban de personas peligrosas. Inmediatamente sacó el arma y ató cabos cuando aparecí yo. La recompensa sería más alta, abriría una cadena de gasolineras repartidas por infinitas islas.
Nos mandó callar, salió de detrás del mostrador y con el rifle señaló el suelo, nos empujaba, uno a uno, ordenando que nos tumbásemos. Terminamos boca abajo con los brazos atrás. Mi estómago rugía. Las baldosas estaban frías.

- ¿De qué son las galletas? .- dije.
- De chocolate .- dijo Lucy
- Joder, se van a derretir, mira, les empieza a dar el sol. Tengo que hacer algo.
- Quédate quieta, no empecemos ....- participó Fran. Lucy reía.

Me levanté despacio, con los brazos en la nuca. No dejaba de sonreirle, me gritó. Esperé un golpe seco con la culata del arma en mi cabeza, pero no lo hizo. Le señalé las galletas con la barbilla, dejó que me acercara. Lejos, muy lejos comenzaban a escucharse sirenas de policía. Sonrió. Lucy y Fran me miraban desde abajo y les ofrecí. Salté, salté sus cuerpos y corrí por el primer pasillo entre una pared y una estantería. Saltaron para levantarse y corrieron por el segundo y tercer pasillo hacia la sección de congelados. El primer disparo se hizo notar en el cristal de la cámara frigorífica ocupada por bebidas. Patiné mi cuerpo tras cajas de frutas por ordenar. Al otro lado, estaban Lucy y Fran tras columnas de tetrabrick de leche. Volví a correr cuando noté que se acercaba, esta vez por el segundo pasillo hacia el mostrador, escuché una bala rozándome el oído haciendo volar sacos de azúcar y sal. Nevaba. Los latidos de mi corazón. Me escondí tras el mostrador y entraron dos policías, tomaron posiciones. Dispararon sin preguntar, a las torres de leche. Nevaba. Corrimos, esta vez ladera abajo, hacia el puerto. Ellos desde la puerta de atrás, yo desde el mostrador. Aún podíamos escuchar aquella guerra contra alimentos mil veces agujereados.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

las palabras viperinas no hablan de amor hablan de oruga-sexo
de lengua-esfinge
o del macho cabrío
que se corta la pezuña galopando
entre tus muslos de bengala
no vienes esta noche
no vienes con el humo fabuloso
de tu cabellera
a posarte sobre mi copa
mas no temo la mueca que finge
una sonrisa
pues estás bajo el foso de
colmillos de mi estancia
allí puedo despedazarte
o desmembrarnos contra natura
puedo habitar el ciclo cósmico
del cielo raso de mi cueva
o el aroma acre del cemento
bebo café aspiro el polvo blanco de los dioses -me otorgan el poder de los pedregales- me lamo alguna vértebra olvidada en el terral propiciatorio de tus ojos
y escribo
escupo este poema absurdo porque nadie perdona a los herederos del miedo porque nadie alza el brazo o la cervical hacia ti mismo
desde ti misma
mi pequeña carnada de culebra

El búho rojo dijo...

Terror en el supermercado...
Horror en el ultramarino...

Jo... siempre lo dejas en lo más emocionante...

Candelas Sanchez Hormigos dijo...

Ay que miedo, todavía me sudan las palmas de la mano…

Por una galleta de chocolate ¡yo mato!

Besos

Anónimo dijo...

A mi me gustan las personas como tú, y como el y como ella, y como ellos.

un saludo y una sonrisa de las mas amplias.

Anónimo dijo...

Sus escritos son TNT.

Lectura obligada en estas tardes aburridas en Mallorca.

Recuerdo con ellos momentos disparatados e inconscientes de juventud. Su nombre también me recuerda a alguien..

Le invito a visitar mi casa, en ella tengo infinidad de fotografías.

Un cordial saludo.