PIERRE

Encendí la radio al máximo volumen, como mi ilusión. Decidida regresé al restaurante. Aún no estaba abierto, fui a la parte de atrás. En el momento que conseguí abrir la puerta con una horquilla, algunos gatos desde los cubos de basura saltaron. Me recibió una mujer, por los rudos gestos comprendí que intentaba recriminarme por el asalto a su vital descanso y levantaba los brazos, nerviosa, imaginando que aquello sería un atraco. Le dije que se tranquilizara, que solo buscaba a Pierre, pero no me entendía, lo supuse cuando cogió una botella y me amenazó con su cristal. Pierre, le volví a decir, pero siempre se me dio mal pronunciar el francés, soy más de alemán.

En ese momento, apareció. Con una palabra, la mujer desapareció matándome con la mirada. Él, me ofreció asiento.

No dijimos nada. Sobre la mesa dejó dos vasos y una botella de vino. Sacó del bolsillo un paquete de tabaco completamente arrugado. Alisó uno de los últimos cigarros que le quedaba y lo encendió, ladeando su cabeza y mis ideas. La cerilla perfumó el silencio, aspiró profundamente el fuego y soltó recuerdos.

- ¿Por qué has venido?
- Quería saber si tú sabes algo de mis amigos, no sé si recuerdas que estuvimos cenando aquí la otra noche.
- No olvido a los españoles que cenan en el restaurante, me ayudan a recordar de dónde vengo. No sé dónde están.
- Pero...

No me dejó continuar, comenzó a hablar de él. De sus sueños, del pequeño pueblo minero en el que nació. Sus padres. El colegio, la mili. Hicimos ceniza el resto de los cigarros y al arrugar el fin, dijo tristemente.

- Nací para la música y aquí me tienes. No dejes que rompan la verticalidad de tus sueños.
- Eso haré.

Me entregó un sobre y me dejó sola.